Diky, Praga!

  Llegó el jueves, y a pesar de no tener clases por la mañana madrugué igualmente. No sé a vosotros, pero a mi la víspera de un viaje siempre me pone nervioso, y por eso mismo ya por la mañana temprano estaba haciendo la maleta para los tres días que iba a pasar en la capital checa (no hace falta mucho esfuerzo para coger el chiste). La ESN nos había citado a las nueve de la tarde en la estación de Lambrate, a menos de media hora andando, y hasta llegar a la estación no hubo persona que no me mirara con el gesto torcido; y es que de cada bolsillo del chaquetón sobresalía un buen bocata (a falta de chorizo con mayonesa, bueno es el jamón con mozarella) ¡No era para menos, la llegada estaba prevista a las 12 de la mañana! Una vez todos allí, nos montamos en el bus de dos plantas, y tras unas buenas horas de juegos, música digna de Alcatraz e infinitas paradas, nos quedamos dormidos.



  Amanecía en las inmediaciones de Múnich cuando el autobús se paró por última vez antes de llegar a nuestro destino: la nieve se derretía y el Sol anunciaba con su aparición que ya quedaba poco. Los viajes en bus me matan, la verdad, me cuesta mucho coinciliar el sueño, y cuando lo consigo siempre toca una parada al poco (más todavía cuando la mitad de los pasajeros piden una parada a cada rato para vomitar...), pero por lo que pagamos no podemos pedir más. A las pocas horas llegamos a República Checa, y tampoco tardamos mucho en llegar a su capital. Lo primero de todo fue ir hasta Mosaic Hostel para coger nuestra habitación y soltar bártulos lo antes posible, pues poco tiempo teníamos para comer y justo después comenzar la visita guiada por la ciudad. El hotel me sorprendió gratamente: baño propio, camas cómodas, un desayuno increíble, y un ambiente fantástico por la noche en el recibidor (una lástima que la noche española fuera la misma en la que íbamos a Karlovy Lazne); y más aún nos gustó la comida de ese mismo día. Sin rompernos mucho el coco fuimos al restaurante justo en frente al hotel, y por menos de 8€ pudimos comer pato típico de allí, costillas de cerdo adobadas, strudel y una primera señora jarra de Pilsner ¡Así se empieza un viaje! La comida también sirvió para aprender las primeras y últimas palabras de supervivencia en checo: diky (importante: hay que decirlo como poco dos veces seguidas y con mucha alegría), sbohem, ano y ne.



  Con las pilas ya cargadas comenzamos el tour en italiano por la ciudad. La guía parecía que había tomado una de esas barritas energéticas de Homer diluida en Red-Bull (o como se suele decir, que le habían puesto un petardo en el culo), pues durante las 5 horas de tour no paró la condenada de correr... si te pasabas de la cuenta haciéndote un selfie te perdías la explicación del Puente de Carlos y media ciudad. En esta primera toma de contacto vimos casi toda la ciudad: empezamos por un paseo por la rivera este del Moldova, subimos hasta la altura del Puente de Carlos, torcimos para llegar a la Pza de la Ciudad Vieja, y ya de ahí visitamos el resto de plazas y calles de la ciudad, sin olvidar a nuestro querido Wenceslao. En tan poco tiempo ya la ciudad nos atrapó: hacía un pedazo de Sol y a cada paso que dábamos aparecía un nuevo edificio que nos gustaba más que el anterior. Praga es muy bonita, sin duda, no deja de tener el encanto de una ciudad pequeña pero su aplomo recuerda a Madrid y otras grandes capitales. El ambiente no es peor, a cada hora hay gente por la calle, gente en los bares, tocando música... siempre gente joven, y si vives en Milán te darás cuenta de lo importante que es para que te guste una ciudad. 

  El día terminó en un restaurante del centro, bebiendo cerveza y comiendo... ¿pan? Sí, pan con sopa, pan con carne, y de postre... ¡pan con natillas! That's how the czech gastronomy is, podríamos decir. Lo único malo de la noche fue el servicio, vaya gente siesa, siempre con la cara larga y malos gestos; pero bueno, para compensar nos llevamos de recuerdo una jarra de Pilsner-Urquell, una cosa por la otra. Tras cenar quisimos irnos de fiesta, de hecho llegamos a entrar en un precioso bar de ambiente con espectáculo cultural femenino, pero no nos terminó de convencer el ambiente ni los reiterativos carteles especificando la ilegalidad de armas, droga, catapultas y cangrejos con cuchillo... Al final, no sé cómo, terminamos en un pub/submarino bretón con el medio litro de cerveza a 1€.



  Al día siguiente la alarma sonó dolorosamente, y tras mucho remoloneo nos subimos al bus, pues este segundo día tocaba pasar la mañana en Pilsner y volver a Praga por la tarde. Digo tocaba porque fue un día accidentado a más no poder: yendo de camino a Pilsner (que está a 1 oretta en bus) de repente una cutre-furgoneta de la policía checa nos adelanta y echa el freno a la vez que ponía en un cartel "Follow Me!!!", así que no tuvimos más remedio que seguirla hasta una gasolinera, en la que estuvimos parados... ¿más de media hora? por culpa de la puñetera maquinita que hace el pago automático cuando cruzas una frontera. Ya íbamos tarde una barbaridad, así que sin poder echarle un vistazo antes a la ciudad nos metimos de cabeza en la fábrica de Pilsner-Urquell: allí nos enseñaron todos los pasos a seguir para hacer la afamada cerveza, las inmensísimas instalaciones, los miles de barriles llenos de cerveza... y una señora cata de cerveza sin filtrar. Pero ahí no acabó todo, después llegó uno de los momentos más felices de mi vida, cuando a la pregunta de "¿qué vamos a comer hoy?" me respondieron "Buffet libre de carne y cerveza" (foto adjunta con cara de felicidad); y así fue, en el mismo restaurante de la fábrica disfrutamos de un pedazo de comida: codillo, muslos de pollo y chuletas de cerdo todo acompañado con mostaza suave y la invención diabólica del horseradish, todo ello acompañado por cantidades industriales de birra, muy importante para poder tragar. Todo iba genial, pero la comida se estaba alargando sospechosamente, muy sospechosamente... tal es así que al final los pobres de la ESN nos tuvieron que comunicar que el bus había tenido un problema hidráulico, y que teníamos que esperar a que llegara el mecánico :(



  Después de esperar y esperar y de tomarnos un strudel (otro :) ) para amenizar la esperar finalmente llegó el momento: habían arreglado el bus y ya podíamos volver a Praga. Fue subirnos al bus y caer sin puntilla, lo cual nos vino genial, pues sin pasar por el hotel fuimos directamente al puerto, donde cogimos un barquito (cámbiese Uganda por Praga) que nos llevó río arriba y abajo para disfrutar de las vistas nocturnas. También había un buffet dentro con dos bebidas... pero tras comer cual cerdos dos días seguidos, terminamos cenando mejor una ensaladita. Tras el bonito paseo en barco (que casi encalla debido a una descarga inesperada en los baños traseros *ejem*) pudimos volver finalmente al hotel, y de ahí... ¡de cabeza a Karlovy Lazne! Era en sus tiempos mozos la discoteca más grande de Europa, pero aunque ya no lo sea sigue siendo muy chula: tiene cinco pisos diferentes, y en cada uno hay una atmósfera diferente: Ice pub, dance hits, chill out, 80s & 90s... una pasada la verdad. Como no podía ser de otra manera no dejamos piso sin bailar ni estilo sin probar, aunque todas molaban una barbaridad al final la que más me terminó gustando fue la de los 80s. Ojalá hubiera aquí en Milán algo parecido... habrá que volver a Praga entonces :)




  Despertarse el domingo, último día del viaje, fue igualmente duro. La ducha matutina ayudó a despejar la mente, y menos mal, pues si no no habríamos podido contemplar en todo su esplendor la maravillosa entrada de la Academia Nacional de Baile Checa  Antigua Guardia Real en el palacio, que a ritmo de John Williams y sin escatimar en movimientos y contoneos, relevó a sus compañeros con mucho arte y salero. Por lo demás no hay mucho que decir del palacio, es muy normalito y tampoco es que merezca demasiado la pena comparado con otras cosas de la ciudad. Tal es así que a la primera de cambio salimos pitando a echarle un último vistazo general a la ciudad: nos compramos unas salchichas checas (weníiiisimas) en la Pza de la Ciudad Antigua, unos Trdlos (véase foto adjunta) y nos pusimos a patear Praga: sinagoga española, cementerio y barrio judío, torre-mirador,... y todo lo que ya habíamos visto el primer día, pero esta vez ya cubierto por el manto de la noche. Nuestra última comida checa fue en un pub, donde había cuatro grifos de cerveza que no podíamos tocar, pero entre chistes malos, What's your name? y demás, fue una digna despedida del viaje.



  La vuelta fue mucho más agradable, nos cogió de día por Suiza y pudimos contemplar con tranquilidad las vistas. Y enfatizo con tranquilidad, porque oooootra vez nos paró la policía un buen rato (para variar)... Además, cabe decir que la vuelta fue un tanto solemne, pues justo ese día nos habíamos enterado de que un bus de la ESN Barcelona que volvía de las Fallas había volcado, provocando 13 víctimas mortales (hasta el momento). Afortunadamente llegamos a salvo, y de hecho al día siguiente se convocó 1 minuto de silencio frente al Duomo.



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