Poco después del inicio del semestre siempre llega un punto en el que todo se vuelve un poco más aburrido de nuevo y en el que vuelve la rutina: clases p'arriba, proyectos p'abajo, seminarios por un lado, reuniones por otro... pero estamos en Erasmus, y estos períodos aburridos afortunadamente duran poco: ya sea porque viene un amigo de visita, después otro, o porque te vayas a pasar el Spring Break-a a Nápoles.
Entrada al Museo della Seta de |
Bolonia y sus portalones. |
Hace unos años tuve la suerte de poder irme un verano entero a EEUU con una beca, y en aquellas semanas conocí a mucha gente de todas partes del continente con la que mantengo y mantendré un trato bastante cercano, de hecho cada poco tiempo nos volvemos a ver, teniendo la suerte de contar con alojamiento gratis (en verdad vernos es una escusa para poder viajar gratis). Entre el resto de becados se encontraba mi amigo danés Mustafa, que como podéis ver en la foto adjunta no es que parezca muy danés, y de hecho lo mismo pasaba con los alemanes, el checo o la noruega. Resulta que en Dinamarca les pagan a los estudiantes ~700€ mensuales por el mero hecho de estudiar. Sí, sí, por estudiar, igualito que aquí aunque después no queremos pagar sus impuestos ¿no?, así que el chaval tiene tiempo y dinero de sobra para viajar por Europa. Hace ya un par de años nos vimos en Sevilla, así que cumpliendo con la tradición esta vez tocaba reencontrarse en Milán.
Media hora de cola para una habitación llena de lámparas. Diseño. |
A estas alturas de curso lo normal es tener ya un planning tácito de turismo para las visitas: Duomo, Galleria, parada de repostaje en Luini, Scala, Castello, Arco della Pace,... y los lagos (a los que ya hemos ido todos mil veces), pero en esta ocasión el planning habitual varió un poco, precisamente el finde en el que vino Mustafa era el de la famosíima Design Week de Milán, que resulta ser unos días en los que hay exposiciones especiales, conferencias, salones de congresos y demás cosas por toda la ciudad, todo sobre diseño. Salvo por un par de cosas chulas a nosotros nos pareció algo tal que "cómo enfundar cualquier cosa en márketing para que parezca chulo y poder venderlo". En cualquier caso debe de ser una opinión minoritaria, o al menos los 300 millones de turistas por la ciudad hacen parecer eso.
En lo alto de la más alta torre... |
Tagliatelle alla bolognesa |
Después de echar un día de turismo milanés tocaba irse fuera, y por cambiar un poco esta vez en vez de ir a los lagos preferimos tirar para Bolonia, no, la de Andalucía no. La verdad es que fue una decisión acertadísima, la capital de Emilia (por mucho que le pese a los romagnolos) es preciosa y bien merece una excursión de un día. Además de los spaghetti tagliatelle a la boloñesa, lo típico de por allí son los portalones, y la verdad es que no hay una sola calle de la ciudad que no esté plagada de arquitos. Es una ciudad que parece mil veces más italiana que Milán: llena de ladrillos, colores ocres, mucha vida por las calles, placitas por todas partes, pequeños parques, mercaditos de comida... Más allá de la plaza de Poseidón y de los millones de torres de la ciudad no hay nada concreto, pero lo mejor que tiene Bolonia es perderse andando por sus calles, pararse a tomar un par de birras al solecito, entrar en las miles iglesias que tiene, asomarse a los canales, pillarse un gelato de tiramisú,... y subir a la infernal torre más alta de la ciudad. No digo infernal porque sea fea, o porque las vistas sean una mierda (ya habéis visto ahí arriba que son impresionantes), sino porque la escalera es terrible. Nada más llegar la recepcionista te avisa de que si ves a alguien bajando (lo verás, de media hay 500 personas en la escalera) te quedes pegado a la pared en uno de los quiebros de la escalera, lo que ya te puede dar una idea de lo que se te echa encima: una escalerita de 70 centímetros más larga que un día sin pan. Una vez terminada la ración semanal de ejercicio podrás disfrutar del mirador a 150 metros de altura, donde podrás contemplar toda Bolonia, parte del extranjero, y recuperar el aliento. Cuando el viento te haya despeinado unas treinta veces ya será hora de bajar, y si bien la opción de la caída libre se te pasa la cabeza, las rejas te lo impiden (ya hubo algún genio antes), por lo que toca volver a la escalera, y ahí será cuando de verdad blasfemies a cada paso ¿Por qué? Pues porque los escalones además de estar bien barnizados para que te la pegues guarra a la mínima de cambio, están prácticamente dispuestos en vertical, por lo que sólo una muñeca de Famosa podría bajar tranquilamente, pero claro, están todas camino al portal. Como podéis comprobar me encanta escribir tonterías sobre lo menos importante del día.
Sí, sí, la de la derecha. |
Después de unas ricas 8 horitas en la capital emiliana tocaba coger el intercity de vuelta a Milán, que no es más que un tren cutre de velocidad media negativa en el que nunca miran si llevas billetes (pero nosotros llevábamos eh). Como estábamos ya para el arrastre después de escalar uno de los "ochomiles" llegamos con mucho tiempo de antelación a la estación, para así aprovechar y descansar un ratito. No seré yo el que hable mal de los refugiados, pero la verdad es que desde que ha pasado lo que ha pasado eso de viajar con un danés de ascendencia iraní puede llegar a tener sus ligeros inconvenientes. Uno de ellos puede ser casi perder el tren por permanecer media horita retenidos por los Carabinieri, teniendo como único motivo tener la piel un poco más oscura. Haciendo de burdo intérprete respondí a todas sus idas de ollas (porque claro, cómo iban a saber inglés), mientras otro policía revisaba nuestros DNI a la vez que hablaba largo y tendido por teléfono. El tren llegaba a la estación y ellos seguían preguntando si de verdad era danés, que qué hacíamos, que qué estudiábamos,... llegó un punto en el que aquello parecía más una primera cita de Tinder que una entrevista policial. Al final lo que más les convenció para dejarnos tranquilos fue el pitido del tren que se iba sin nosotros, así que por si todavía no se han quedado tranquilos ¡un saludito carabinieri!
Terronia |
Al día siguiente se fue Mustafa de vuelta a Copenhague, y tampoco es que me diera mucho tiempo para aburrirme, pues apenas tres días después ya estaba terminando la maleta para irme unos días a Nápoles por el Spring Break-a. El viaje no podía empezar de mejor manera, con unas casi 12 horas en bus hasta la otra punta del país, pero como no es precisamente nuestro primer viaje con la ESN ya teníamos la lección aprendida, y al ratito ya estábamos de camino al séptimo cielo. Nos despertamos llegando a Nápoles con un tiempo bastante malillo, y a más de uno se nos cayó el alma a los pies. Mira que he estado por ciudades y pueblos perdidos de Marruecos, pero nunca había visto tanto caos, suciedad, desconcierto y mal estado como el de Nápoles. Pensaba que mis compañeros de piso exageraban cuando decían lo que decían de la ciudad, pero la verdad es que tenían razón.
El primer día lo dedicamos a conocer la ciudad, poco después de dejar el equipaje en el hotel nos fuimos al monasterio cartujano de San Lorenzo (grande), que cuenta con las mejores vistas de la ciudad, pero con la lluvia y tal... Por dentro era bastante chula, pero nada del otro mundo, menos aún si eres andaluz, pues la verdad es que Nápoles recuerda mucho a Andalucía en muchos sentidos. Después nos dieron tiempo libre per mangiare, y bajo recomendación nos fuimos a la Trattoria da Nennella, una antro en el Quartiere Spagnolo. Ciertamente no se puede explicar con palabras el ambiente de aquel restaurante, pero bien podríamos decir que es Nápoles hecha restaurante. Comimos bien, de primero risotto y de segundo salsiccia a la brasa, pero lo que nos fascinó fue el camarero: un napolitano de 2x2 con un delantal rojo embadurnado de grasa blasfemando y gritando a diestro y siniestro. Allí el tiempo medio de comida ronda los 5 minutos, y a la mínima que te piensas qué pedir, llega con su voz de ultratumba a grito pelado y marcándose el compás con las palmas para decirte "Spagna, veniamo, mangiamo e andiamo via! Dai!", para acto seguido marcarse un bailoteo de 30 segundos con la música de la radio. Como dijo el NY Times sobre Lola Flores: no canta, no baila, no se lo pierdan.
Piazza Plebiscito, Terronia |
Dopo mangiare fuimos a la piazza Plebiscito, donde hubo tiempo de echarse una rica siesta antes de hacer el city tour con la ESN de Napoli. Nos llevaron callejeando por todo Nápoles y enseñaron lo típico: Teatro San Carlo, Castello, Galleria, Catedral, mil iglesias más, y esos tres monumentos iguales que no nos quedó muy claro qué son. Estábamos derrotados, así que tampoco es que haya muchas fotos que poner ni nada que contar, pero no hay nada que no se solucione volviendo al hotel para tomar una señora siesta. Tras una siesta mágica tocó sacrificarse y andar para ir a cenar nuestra prima vera pizza napoletana, una margherita acompañada de cervecita fresca, y os puedo asegurar que no hay nada mejor. La pizza estaba impresionante: fina fina, con toda la mozzarella fundida mezclada con el tomate y sabor para derrochar. Es increíble cómo con apenas 4 ingredientes hacen una pizza tan tan rica. Chapó. Una vez cenados nos fuimos a encontrarnos con el resto de las ESNs al botellón, y no sabemos muy bien cómo, pero el día acabó en una plaza random de Nápoles, "Lambruschino" en vaso (mezcla de lambrusco y el horrible fragolino) y escuchando un concierto de Ska a toda pastilla. Not bad.
Nos levantamos (no sé cómo) reventados al día siguiente listos para coger el bus e irnos a Pompeya, pero justo al llegar empezó a caer la mundial, sin un segundo de descanso. Como no hay mal que por bien no venga decidimos esperar una horita a que escampara comiendo pizza Marinara por cuenta de los grandes de la ESN. El solecito salió y pudimos entrar a las ruinas, que son sin duda las mejores que he visto, inmensas y muy bien conservadas (sospechosamente bien) te dan idea como ninguna otra de cómo eran las ciudades romanas. Hay que agradecerle a nuestro guía ciego la buena labor que hizo, especialmente la parte en la que contó su vida y la palestra que no era palestra, se gana su sueldo el señor. Después de ver muchos cuerpos, perros y fruta calcinados ya iba siendo hora de tornare a Napoli a comer otra pizza (estábamos ya auto-consumiéndonos), esta vez en la famosa Da Michele. Estaba muy muy buena, y además pudimos ver cómo las hacen apenas en 1 minuto en el horno de leña, qué vicio tenían los 3 cocineros de sesentaitantos años... Esa misma tarde tocaba visitar "Napoli Sototerra", un acueducto multiusos a 35 metros bajo tierra de la época griega de Nápoles. La visita fue bastante chula, recorrimos pasadizos de apenas medio metro de ancho vela en mano cantando todo tipo de canciones, todo ello liderado por el guía, que a pesar de ser un crack no superaba al de Pompeya.
Toga party. Foto ESN Polimi |
Ya por la noche pudimos volver al hotel a prepararnos concienzudamente para el gran momento del viaje: la toga party. Hacerse una toga requiere una sábana y mucho arte, porque si no pareces un borracho desorientado, y para que eso sea cierto primero hay una fiesta de por medio. Eso de la toga party es algo que es mejor hacer en verano, porque después de todo el cariño que le pones haciéndote una toga no muy penosa, sales fuera y no te queda otra que cubrirte con la chaqueta si no quieres morir de hipotermia. El camino hasta el botellón ha sido lo más parecido que he tenido al famoso "walk of shame", mostrando en desfile nuestros cuerpos serranos mientras los terroni napolitanos frenaban (primera y última vez en sus vidas) para contemplar la procesión adecuadamente, no sin echarse unas risas antes. Otros simplemente se dedicaban a hacer vídeos, así que ahora seremos la comidilla en alguna casa de terronia Nápoles. Una vez en el botellón el alcochol se llevó toda la vergüenza consigo, dando como resultado una de las fiestas más simpáticas y absurdas de todo el Erasmus (y eso que lo mejor estaba por llegar al día siguiente). Cuando se nos acabó la fuente y solución de todos los problemas no nos quedó otra que entrar en la discoteca, de la cual como buenos españoles no salimos hasta que cerró y amaneció.
Llegó el último día, y por la mañana temprano nos obligaron a despedirnos del hotel y emprender rumbo a Caserta Ferdinandópolis, a unos 60 kilómetros. Resulta que al rey Fernando I, hijo de nuestro Carlos III, se le ocurrió fundar una ciudad en homenaje a sí mismo (de ahí el simpático nombre), donde no perdió tiempo para plagarla de palacios, cómo no, para sí mismo. Uno de esos fantásticos palacios se ha convertido hoy día en una de las mayores atracciones sobre la faz de la tierra, una visita llena de interés, sorpresa, conocimiento, aventura,... toda una experiencia extra-sensorial que brinda al visitante de un día inolvidable en su vida: il Museo della Seta (museo de la seda). El museo abarca todo el proceso de la seda y su confección: desde la cría de los gusanos hasta la recolección de los hilos, no sin olvidar pasos de interés de bien cultural como el hervido de los huevos o el telar de los sustos. Tal fue la conmoción generalizada creada por las maravillas del museo que estamos pensando en volver desde Milán sólo para echar allí un día. Allí les podrán responder todas las preguntas que se han estado planteando a lo largo de su agónica vida sin seda. Todas menos una ¿Por qué hay allí un museo? Abrimos debate.
Desafortunadamente la mejor visita fue al principio del día (obviamente hablamos del Museo della Seta), por lo que no pudimos apreciar ni disfrutar adecuadamente el palacio de Carlos III y sus jardines. Dicen que son espectaculares, muy frondosos, grandes, llenos de verde y estatuas, perfectos para dar un paseo y contemplar la preciosa y labrada fachada llena de andamios del palacio. También cuentan que el interior es sorprendente, lleno de interminables salones con frescos, lujo por todas partes, y que para nada tiene algo que envidiarle a Versalles. Comentan y dicen todo eso, pero no sabemos si será cierto, porque después del Museo (con mayúsculas) todo parecía una mierda. Al día siguiente llegamos a Milán a las 5 de la mañana, tras un largo viaje de casi 12 horas lamentándonos de no estar en el Museo o de no poder habernos quedado allí. Ya nada será igual, de hecho el blog pasará a llamarse #EnMilanNoHayMuseoDellaSeta, ya las bravas son secundarias.
Museo della Seta a parte la verdad es que ha sido un viaje fantástico, como todos los de la ESN. Es verdad que Nápoles no ha sido la ciudad más bonita a la que hayamos ido, pero merece la pena ir, es una atmósfera diferente al del resto del país, única e inimitable (más aún cuando vienes de Milán). Pompeya y Caserta bien merecen la visita, por nunca está demás dejar de beber por algunas horitas y dedicarle un paseo a algo cultural. En cualquier caso, al fin y al cabo el destino del viaje es lo de menos, porque sabes con certeza que te lo vas a pasar de "puta maddgree" (cito), y más aún si vas al Museo della Seta. Así que nada, que estas 3000 palabras sirvan para daros ánimos a viajar todo lo que podáis en vuestro Erasmus, que siempre es la mejor manera de pasárselo bien y estar todo el tiempo riendo ¿O no? Abrimos debate.
Puede ser el mejor museo de la historia??
ResponderEliminarEs más, yo diría que puede ser el mejor museo de la historia.
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